Me Pude Haber Ahogado… Pero No Me Ahogué
Luego de comenzar a leer el libro de Gaby Natale, El circulo virtuoso: Lo que buscas ya está en ti. Libéralo (Spanish Edition), me llegó a la mente una memoria que muchas veces cuento a mis clientes durante mis sesiones de coaching o durante los múltiples entrenamientos y charlas que he dado hasta el día de hoy.
Aquélla memoria de mi época de nadadora. Me inicié en el hermoso deporte de la natación cuando apenas tenía 2 años. A esa edad, recuerdo como si fuese ayer, fui lanzada por el entrenador desde un trampolín hacía el lado más profundo de la piscina del apartamento donde vivía. El corazón se me fue a la boca pero… no me ahogué.
A los 4 años mis padres me inscribieron en un equipo de natación y competencia tras competencia fui logrando metas que me fui trazando. Fueron 8 años de entrenamientos, logros, celebraciones y fracasos.
Era tanta mi pasión por la natación, que aunque me había alejado por unos años, al llegar a estudiar a Nueva York me inscribí en el equipo de la Universidad y allí duré dos años más disfrutando de este deporte.
De mis mejores recuerdos durante mis años como nadadora llevo
- El haber conocido a personas maravillosas que hasta el día de hoy, 29 años después, siguen presentes en mi vida. Construí amistades que aun a la distancia siguen fortalecidas.
- A trabajar en equipo
- A saber ganar y perder con orgullo
- Sacar lo mejor de cada situación
- Disfrutar cada triunfo y cada lucha
- Entre otras cosas
En los viajes y competencias, tuve la fortuna de siempre estar acompañada de mis hermanos, también nadadores, y de mis padres que siempre han estado presentes apoyándome sin condiciones.
Justo antes de cada competencia, escuchaba música, bailaba, me reía, conversaba con mis compañeros, celebraba con ellos sus logros y los apoyaba en todo momento. Era tan sólo una niña, pero me llenaba de satisfacción el estar ahí para los demás y el soñar y visualizar mis propios triunfos.
Soñaba sin tener un plan en mente, sin esquemas, sin pretextos, y sin limitaciones. Confiaba en mi potencial, en mi técnica y en mi capacidad de lograr mis metas. Tanto así, que me disfrutaba cada logro y cada fracaso porque sabía que
“todo en la vida pasaba y no había necesidad de aferrarme a sentimientos que no me dejaran progresar.”
Obvio que cuando era pequeña no lo analizaba de esta manera, pero era lo bello de ser niña. Como dicen en mi país “no le daba mente” y seguía adelante.
Recuerdo cada vez caminar hacia la plataforma de salida, pararme allí, respirar, y esperar hasta escuchar el pito de salida. Y aquí viene la parte en la que mi mamá sufría (aunque en el fondo se que sonreía y lo disfrutaba) y era que por alguna extraña razón yo nadaba RIÉNDOME, no sonriendo…literalmente MUERTA DE LA RISA. La verdad es que no se ¡cómo no me ahogué!
Reía al ver a mis compañeros apoyándome al lado de la piscina, no porque me causara gracia el que me estuvieran apoyando, sino porque al estar dentro del agua se oían sus gritos intermitentes y sus muecas a palabras que no llegaba a entender. Me lo gozaba y me alimentaba de su energía y de mi visión de triunfo para salir adelante y llegar a la meta.
«Al final del día tuve muchos logros en mi carrera de nadadora, pero el más grande de todos fue el haber vivido esos años sin preocuparme de que algún día podría dejar de soñar.«
“Ese yo soñador que descubrimos en estado puro cuando somos niños vive dentro de nosotros. No se muere cuando crecemos. A veces está escondido y su voz no se escucha. Intenta hablarte, pero con el tiempo empezamos a hacerle oídos sordos. A medida que fuimos creciendo, las voces de la lógica lo mandaron a callar, lo etiquetaron de loco, de vivir en un mundo irreal y buscar objetivos imposibles. Sin embargo, tu yo soñador aún está ahí. Búscalo. Reclámalo.” #ElCírculoVirtuoso @GabyNatale.